La Lisboa simbólica
Texto inédito escrito por Domingo Araya, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, profesor de secundaria del Instituto Español ‘Giner de los Ríos’, para sieteLisboas. Araya, que nació en Chile, es también pintor y escritor. Desde 2010 reside en Lisboa.
La leyenda de que el rey encubierto, D. Sebastião, muerto entre los infieles, volverá a Portugal y fundará el Quinto Imperio Universal, atraviesa Lisboa, una de las ciudades más bellas del mundo.
Entrará el “rey soñador” por el Cais das Colunas (muelle de las Columnas), en la Praça do Comércio (antiguo Terreiro do Paço), un día de niebla y montado en un caballo blanco. Pareciera que lo aguarda el rey D. José I, en el centro de la plaza, montado en su hermosa jaca, pisando serpientes, vestido con la capa de la Orden de Cristo y con el cetro imperial en su mano, mirando hacia ultramar, hacia donde se lanzó Portugal buscando su destino.
También lo espera sentado en su mesa del Martinho da Arcada, escribiendo su Mensagem, Fernando Pessoa, el poeta de Lisboa. En la Plaza del Comercio, con sus 78 arcos, según lo ordena el Tarot, los delfines filosóficos arriba de cada arcada y el Arco del Triunfo (con símbolos rosacrucistas) que lleva a la Praça de D. Pedro IV (todavía conocida hoy como plaza de Rossio) por la Rua Augusta, centro político, al lado de la Praça da Figueira, la antigua plaza de mercado de la ciudad.
Debajo de la estatua ecuestre de José I, Oriente (el elefante) y Occidente (el caballo) se encuentran en el pedestal. En el bajorrelieve de la parte trasera, Roma entrega las llaves del Imperio a Lisboa. La Plaza del Comercio es la réplica terrenal de la ciudad celeste. En toda Lisboa se cumple aquella sentencia hermética que dice: “Lo que es arriba es abajo”.
Si caminamos por la Rua Augusta hacia la estación de trenes de Rossio, veremos el águila flamígera, en la esquina derecha con la Rua de São Nicolau, símbolo del Ave Fénix que renace de las cenizas. Representa el renacimiento de la ciudad de Lisboa tras el terremoto de 1755. Está en pleno corazón de la Baixa, con su trazado geométrico, obra del ilustrado Marqués de Pombal.
Al llegar a la plaza del rey D. Pedro IV veremos la columna que sostiene al monarca, con la Constitución de 1826 en la mano y con la mirada hacia el muelle de las columnas, esperando también él al rey deseado. En su base, las cuatro virtudes: la Prudencia, la Templanza, la Fuerza y la Justicia mirando a los cuatro puntos cardinales.
Entre esta plaza y la de Figueira, en la Rua do Amparo, encontramos el medallón con el saludo masónico, símbolo de la unión entre las dos plazas. Y en la esquina sur de la primera, el café literario Nicola que contiene las pinturas sobre Bocage, un bohemio masón que estuvo a punto de irse al otro mundo a causa de un disparo.
Hacia el noroeste la fachada neomanuelina de la estación de Rossio. Entre las dos herraduras, que aluden al caballo blanco que montará D. Sebastião, está el propio rey-mártir con 17 años; tiene el escudo inclinado 17 grados. Hay ocho puertas y nueve ventanas, que suman 17, número mágico que señala los ciclos de la historia de Portugal, según el horóscopo realizado por Fernando Pessoa en 1920.
Dentro de la estación, en los andenes, los paneles de Lima de Freitas, llenos de símbolos esotéricos que aluden al Quinto Imperio. Los paneles continúan en la estación de Metro de Restauradores y expresan un mensaje de fraternidad universal.
Si nos dirigimos hacia la Praça da Figueira, por el lado este encontraremos el Largo de São Domingos y la iglesia que lleva este nombre. Al fondo norte está el Palacio de los Condes de Almada, con los paneles de la Restauración, que evocan la reunión de los 40 conjurados que devolvieron la independencia a Portugal. En los jardines del palacio hay azulejos que representan este hecho y restos de la Muralla Fernandina, del siglo XIV.
La Igreja de São Domingos esconde una siniestra historia: aquí funcionó el Tribunal del Santo Oficio y, en 1503, miles de judíos y cristianos nuevos fueron asesinados a sus pies. El terremoto la destruyó en 1755 y en 1959 se incendió, por lo que ofrece un lúgubre aspecto. En este rincón, hoy llamado Praça da Tolerancia, se reúnen africanos que ostentan la belleza de sus atuendos y que nos muestran que, felizmente, los tiempos han cambiado.
En el Monte Carmelo, sobre la Baixa
Subamos ahora hacia las ruinas del convento de Nuestra Señora de la Victoria del Monte Carmelo. Podemos hacerlo por el Elevador de Santa Justa y deleitarnos con sus espléndidas vistas de toda la ciudad.
En este convento se recluyó el santo condestable Nuno Álvarez Pereira tras retirarse de la vida militar. En la puerta lateral, de estilo gótico, hay símbolos de animales y de la realeza. Las escaleras conducían al castillo y palacio real. En el interior del convento, en el Museo Nacional de Arqueología, se guarda la espada del santo, quien estuvo siempre influenciado por la búsqueda del Santo Grial. También está la tumba del rey D. Fernando I, con símbolos alquímicos que apuntan a la Piedra Filosofal.
Si ahora tomamos rumbo hacia la Igreja de São Roque, pasaremos por la Rua Nova da Trindade, donde está la cervecería con ese mismo nombre y que contiene azulejos llenos de símbolos masones, especialmente el Delta con el Ojo Solar del Supremo Arquitecto. También podemos apreciar la Diosa Concordia, la Columna de la Fuerza y la Cabeza o la Garra de León.
Muy cerca de allí está el Largo da Trindade con una magnífica casa pombalina cuya fachada está cubierta de azulejos de inspiración masónica. Arriba, la Estrella Flamígera y, en el centro, el Delta con el Ojo Solar.
En la Igreja de São Roque encontraremos las tumbas de los sebastianistas. En esta iglesia predicó el padre Antonio Vieira su Sermón de las 40 horas lleno de mesianismo y de milenarismo del Quinto Imperio. Cabe preguntarnos, tras ver todos estos símbolos y leer al padre Vieira: ¿Cuándo llegará ese Imperio de la Justicia y de la Fraternidad?
Muchas de estas ideas el lector las puede ampliar leyendo el interesante libro de Vítor Manuel Adrião, Lisboa insólita y secreta (Jonglez, Tours, 2010). Pero sobre todo, podrá constatarlas vagabundeando por las calles y colinas de los diferentes barrios, a cual más encantador. ¿No será toda Lisboa un enorme Arquetipo, quizás un Mandala, un círculo mágico, lleno de enigmas en los que extraviarnos pero que finalmente nos conducen a nuestro destino?